10 oct 2007

EL SECRETO DEL NOMBRE


“Al Principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba
junto a Dios,
y la Palabra era Dios.

Al Principio estaba junto
a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra

Y sin ella
no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida,
Y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas,
Y las tinieblas no la percibieron”

Juan, 1, 1-5


En este trabajo, nos proponemos estudiar “el nombre”. “El nombre” en tanto palabra, entidad fundadora del lenguaje. Para el cabalista, la palabra es muy importante. Vamos a intentar establecer relaciones entre distintos conceptos que se manejan de la palabra y su significado.

En primer lugar, para el Cabalista, la palabra es parte del proceso de creación. Dios crea al mundo a través de la palabra. Para el resto, la palabra denota el modo de pensar y el modo de vivir en el mundo. En el hombre, nada puede ser pensado si no es a través del lenguaje y la palabra. Aquello que no puede nombrar le resulta inaprehensible y para descubrir qué es,
piensa.

El pensar es el uso de la palabra. Es el lenguaje no pronunciado. Veamos un ejemplo histórico claro. Cuando Cristóbal Colón descubrió América tuvo que mandar a la reina diarios donde contara lo acontecido (principalmente para convencerla de realizar futuros viajes). En los cuatro diarios de Cristóbal Colón, lo que hace España es nombrar todo cuanto ve. El marinero
avanza hacia el oeste y nombra animales que no conoce, plantas que nunca supo
que existían. Pero ve lo nuevo e inmediatamente le pone nombre. Asimismo,
nombra las islas, una por una.

Para España, lo que no tiene nombre no existe. Lo desconocido se extiende hacia el oeste y no es más que una masa de lo ignorado y supuesto. Lo conocido es nombrado constantemente. No
existe lo que no se puede nombrar. Veamos otro ejemplo, más cercano.

El niño crece y se le señala un auto y se le dice “auto”. De inmediato, le explicamos cómo se llaman las cosas. Al principio, el niño sólo nombra lo que ve, como le enseñaron. Y, por último,
el ejemplo tal vez más significativo, nosotros mismos tomamos nombres para diferenciarnos.

Entonces, el hombre da nombres para crear su percepción del mundo. El cabalista sabe que en el principio, Dios nombró y que por eso, el ser humano tiene la necesidad de entender el mundo
a través del nombre.

“Entonces Dios dijo: ‘Que exista la luz’. Y la luz
existió. (…) y llamó Día a luz y Noche a
las tinieblas. (…) Dios dijo: ‘Que haya un firmamento en
el medio de las aguas para que establezca una separación entre
ellas’. (…) y Dios llamó Cielo al firmamento. (…)
Dios dijo: ‘Que se reúnan en un solo lugar las aguas que
están bajo el cielo, y que aparezca el suelo firme’. Y
así sucedió. Dios llamó Tierra al suelo firme
y Mar al conjunto de las aguas”[1].

Dios habla y en el acto el mundo va tomando forma. Entonces, Dios nombra y permite que aquello que surge de su boca pueda ser identificado y así, distinguido. El que conoce el nombre, conoce así la esencia de las cosas y domina aquello que nombra. Hay una “esencia” que
hace igual a todos los árboles y, por eso, los llamamos árboles. Quien conoce ese secreto puede interactuar con esas esencias.

Somos seres culturales y seres lingüísticos, entonces, no por elección propia o sólo por disposición biológica sino porque venimos de Dios.

Además, Dios, en el principio, nos dio los animales para que los nombráramos y los domináramos:

“Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del
suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del
cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les
pondría”[2]

A través del nombre, el hombre dominó al animal.

Por otra parte, el texto de Juan citado al inicio comienza con las palabras “En el principio”.

Esto lo hace para analogarse al principio del Génesis. Y dice “…la palabra era
Dios…”. Convengamos que el original que conservamos de
este texto es, más que nada, griego (lo que lo hace en realidad
una copia de un probable original en hebreo). En el griego original,
Juan dice “En el principio era el Logos”. Logos es una
palabra griega que, efectivamente, tiene que ver con el hablar, el
discurso y la palabra. Pero también tiene que ver con el orden;
es la palabra que va a dar en español Ley (pasando por el latín
lex)[3].

O sea que Dios es palabra y también es el orden de las cosas. Sabemos que la palabra Toráh en hebreo significa ley. El cabalista la considera “el nombre más largo de Dios”. En griego, existe una palabra para denotar sólo la idea del discurso sin incluir en ella la idea de “ley, orden”.
No sabemos si los traductores de Juan eligieron Logos porque sabían Kabaláh, pero es interesante marcar la relación. En ambos casos, Dios es Palabra y Orden.

Los nombres de Dios

Ahora bien, a lo largo de la Toráh, Dios lleva 72 nombres distintos. Sin embargo, se desconoce el verdadero nombre de Dios. Si dijimos que en el nombre está la esencia de las cosas, su secreto
y que Dios ordenó a Adán nombrar a los animales del mundo para que él los dominara, podemos entender entonces que Dios siempre va a ser en algún punto desconocido para el hombre.

El ser humano puede comunicarse con Dios, relacionarse e interactuar con él. Pero jamás podrá saber sus secretos y así dominarlo. Por eso, el ser humano le da varios nombres a Dios, intentando abarcarlo pero nunca alcanzan. Porque Dios es la totalidad, es el nombre mismo. Es la posibilidad de poder conocer el mundo a través del nombre. Es lo único en el Universo que no surgió de un nombre.

Veamos algunas denominaciones que hemos otorgado a Dios:

  • Elohim (Gn.1, 1): el primer nombre de Dios, aparece en plural. Se ha dicho que
    este plural busca simplemente darle jerarquía a Dios. Puede ser cierto, pero debemos tratar de desentrañar sentidos ocultos. En el Génesis también se dice “Hagamos
    al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza…” (Gn 2, 26). ¿Por qué? Dios lleva un nombre en plural porque es la totalidad, es el todo, nada está fuera de él.
    Si tuviese un nombre en singular, podría entenderse que es sólo aquello que signifique esa palabra. En cambio al ser plural es todo. Nada hay más que Dios.

  • Adonai (Gn.15:2,8): Este nombre significa: Señor.
  • El Shadai (Gn 17, 1): “Todopoderoso”. A menudo, Dios va a ser nombrado por sus atributos. Uno de sus atributos es la omnipotencia.
  • Jehova o Yahveh (YHVH): Se dice que está usado 7.000 veces en el Antiguo Testamento. Es el nombre más importante de Dios en tanto que es el nombre que se adjudica él mismo:

“Moisés dijo a Dios: ‘Si me presento ante los israelitas
y les digo que el Dios de sus padres me envió a ellos, me preguntarán
cuál es su nombre. Y entonces, ¿qué les responderé?’.
Dios dijo a Moisés: ‘Yo soy el que soy’. Luego añadió: ‘Tú hablarás
así a los israelitas ‘Yo soy’ me envió a
ustedes ’”[4].

Este nombre requiere mayor estudio o, por lo menos, despierta en nosotros mayor reflexión. Primero, podemos entenderlo como “Yo soy el que es”, aquel que no tiene nombre, que no necesita de nombre, que simplemente es. Esta idea tiene relación con lo que establecimos al principio del trabajo acerca de los nombres de Dios y la incapacidad del hombre de nombrar a Dios.

Dios es existencia pura. Al mismo tiempo, el hombre nombra para crear. Para insertar aquello que percibe en su universo psíquico-físico le da nombre a las cosas, sentimientos, estados, etc. Dios creó el mundo nombrando. Pero Él no lleva nombre. Él es el que es. No necesita de nombre porque nadie lo creó. Fue siempre. Una mentalidad que gobierna todas las cosas que estuvo antes del tiempo.

Dios es entonces existencia pura. El nombre da forma a las cosas, las delimita, les pone un límite. Cuando se nombra, se produce un encerramiento: aquello nombrado pasa ser sólo lo nombrado Pero Dios es ilimitado y totalidad. Así, Dios no tiene nombre. Es existencia, sin forma. Es puro acto en el sentido platónico de la palabra. Es esto, este aquí y ahora. Es
el primer motor inmóvil. En Dios no hay potencialidad, no hay evolución porque es totalidad. Es el ser mismo de la Creación.

Dios se opone así además a los otros dioses falsos que peleaban con él por el pueblo de Israel. Al decir “Yo soy el que soy” está diciendo “Yo no llevo nombre como los otros, falsos dioses. Yo soy, no necesito ser nombrado ”.

Pero el hombre, necesita nombrar las cosas para relacionarse con ellas. El pueblo judío por mucho tiempo temió pronunciar el nombre de Yavé por considerarlo el más sagrado, el
más importante. Entonces, cuando se encontraban con el nombre lo llamaron Hashem. Justamente, al leer y encontrarse con el Nombre no lo decían y pronunciaban “Hashem” que quiere decir “el Nombre” como advirtiendo “aquí está escrito el nombre, aquel que no me atrevo a pronunciar”. No podemos saber si decían esto inocentemente o no. Pero lo que sí sabemos es que no existe casualidad y esto nos ayuda a encontrar aún más interpretaciones dentro del nombre Hashem.

Conocer el nombre secreto de Dios sería poder dominarlo. Porque la palabra, el discurso domina. Dijo Dios que presentó los animales a los hombres para que los nombrara y así los dominara. Es imposible para el hombre dominar a Dios, por razones más que obvias. Entonces,
lo llama Hashem. Dios es la palabra misma, Dios es el Nombre, es la acción misma de nombrar las cosas. Dios es mentalidad, es la razón de todas las cosas.

Sin el concepto “nombre” no podría realizarse la acción de nombrar. Dios es lo que
posibilita la acción. Dios es así el nombre de todas las cosas, porque Dios es la totalidad. Y al mismo, tiempo, no hay palabra que pueda abarcarlo porque es el Nombre mismo.

Cualquier palabra, fuera la que fuera no alcanzaría. Dijo San Juan: “En el principio era el Verbo (…) y el Verbo era Dios”. Dios es la palabra que da la vida, pero no la palabra concreta material, sino el concepto, la idea de palabra. San Juan va a tomar este nombre de Dios para usarlo cuando Jesús se nombre a sí mismo. Así, Cristo repite la acción de nombrarse por existencia y esencia.

El término "Yo soy" viene del verbo con el que Dios se apareció a Moisés en la zarza. Jesucristo es la revelación del “Yo soy”:

· Yo soy el Pan de vida (6, 35)

· Yo soy la Luz del mundo (8, 12)

· Antes que Abraham fuese Yo soy (8, 58)

· Yo soy el Buen Pastor (10, 11)

· Yo soy la Resurrección y la Vida (11, 25)

· Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (14, 6)

· Yo soy la Vid verdadera (15, 1)

Por otro lado, en los círculos meditativos suele invocarse el Nombre de Dios Hashem por sus vocales. En hebreo, Hashem se escribe:

YHVH. Para la “Y” corresponde nuestra /i/, para la “H”,
corresponde la /e/, para la “V” corresponden la /o/ y la
/u/ y, finalmente, para la “H” final corresponde la /a/.
O sea que el nombre de Dios está compuesto en realidad por vocales.

El alefbet no contiene vocales. El alefbet son consonantes (algunas mudas y otras no) pero para el cabalista la vocal no es parte del alefbet. Las palabras se forman y escriben con el alefbet.
Y como vimos antes, a través de ellas nombramos el mundo y lo conocemos. Esto despierta
en mí dos razonamientos.

El primero, que el alfabeto humano no alcanza para comprender el nombre de Dios porque
Su Nombre está más allá de las posibilidades del mismo.

En segundo lugar, el hombre no puede simplemente pronunciar consonantes. Es necesario al aparato fonador que las vocales se unan a consonantes para enunciar una palabra.

O sea que para que el hombre pueda crear[5], necesita de Dios. No hay posibilidad de creaci ón fuera de Dios y sin su ayuda.

El Alef Bet

Ahora bien, el Aleph bet nos da la posibilidad de crear. Cada letra simboliza una energía distinta o, mejor aún, es el nombre de una energía distinta. Comprendiendo a las 22 y aprendiendo a combinarlas podría volver a realizarse toda la creación. Si tenemos 22 letras y 10 sefiroth que se corresponde cada una a un número distinto, podemos decir que
en el Árbol de la Vida se sintetiza toda la creación. Allí están todas las posiblidades.

En cuanto a los nombres, al conmutar las letras del alef bet van a poder sintetizarse y mezclarse distintas energías en distintas proporciones. Por eso, en el nombre hay un secreto, porque oculta energías. Poder comprender las 22 energías a través de los 10 estados de consciencia va a permitir poder comprender la totalidad de la creación y así interiorizar el “todo es para bien”.

Notemos que la primera letra del Alef bet es silenciosa. Recordemos ahora que el camino del cabalista empieza por el silencio. La letra ‘alef es la totalidad de la creación, no es ni el principio ni el fin, sino esa totalidad. Es el silencio contemplativo. La Toráh comienza con la segunda letra. Porque con lo doble puede generarse la creación. Pero ‘alef es el uno, es la unidad, la totalidad, Dios y toda su creación.

En ‘alef se ocultan todas las otras letras, en ‘alef está la creación entera. Cuando Dios iba a crear el Mundo llamó a todas las letras pero ‘alef se ocultó y, cuando Dios la interrogó dijo que era porque a bet le era otorgado el don de la creación. Entonces, Dios le contestó: “ ‘aleph, ‘aleph, a pesar de ser la letra bet la que utilizaré para realizar la creación del mundo; tu serás la primera de todas las letras, y sólo en ti yo tendré unidad; serás la base de todos los cálculos y de todos los actos llevados a cabo en el mundo, y no se podrá encontrar
la unidad en ninguna parte si no es en la letra ‘aleph”[6].

“Bisagra de lo increado y lo creado. El es tan misterioso como lo es, analógicamente, el punto en geometría o el número ‘1’ en aritmética. Nacido de ‘la Nada’ (…), primer Nombre divino revelado, el sumerge su origen en lo increado; él mismo es origen de todo, se autofecunda y se autogenera en el b, el ‘2’”.

Así, cada letra del Alef Bet tendrá una energía distinta. Y sus combinaciones resultarán en distintas palabras. Por lo tanto, cada palabra va a adquirir una energía distinta
de las del resto y esa energía definirá la “esencia” de aquello que se nombre con dicha palabra. No se conoce la esencia de las cosas hasta que no se conoce el nombre de las mismas.

Si un niño preguntara qué es una naranja, sólo podríamos contestarle con cualidades de la naranja (por ejemplo: fruta, dulce, similar a la mandarina, de sabor fuerte) pero nunca podríamos definir lo que ella realmente es. Ahora, si el niño probara un solo mordisco, eso alcanzaría. Nuestra capacidad de abstracción además, nos permite diferenciar el sabor de esta naranja con la que hemos comido el día anterior. Así entendemos que no son todas las naranjas lo mismo, y, sin embargo, en esencia son una sola cosa. Por eso llevan todas el mismo nombre.

Hay un cuento de Borges que toma esta idea. Si lo traemos al caso es porque sabemos que muchas veces inspiraba su literatura en la kabaláh.

Se llama Funes el memorioso y se encuentra en el libro Artificios. Es la historia de un hombre que recuerda absolutamente todo: cada nube, cada árbol, cada puesta de Sol. En fin, es incapaz
de notar lo que tienen en común y lo que tienen de distinto. No es capaz de hacer la abstracción entre esta nube y la que sigue.

Entonces, el lenguaje es la esencia de las cosas. Pero estas mismas en su manifestación toman formas distintas. Entonces, acuden a nosotros otras palabras para diferenciar este árbol del de
al lado. Y a uno lo nombramos “árbol alto, verde, robusto” y al otro “árbol mediano, algo delgado de tronco y de hojas amarillentas”. Los dos son árboles sí, pero distintos.
Y porque son distintos asociamos otras palabras con otras energías a ellos.

Así, combinando las 22 letras pueden generarse dentro nuestro cantidad de combinaciones de posibilidades de energías y poderes distintos. Tan sólo usando el lenguaje. Porque al principio, el mundo fue creado con la palabra. Entonces, está ligado a ella y a través de ella se lo puede entender. Y si a las 22 letras, le sumamos los 10 estados de conciencia, podríamos mover
una montaña de aquí para allá con sólo decirlo.

En hebreo la palabra lenguaje significa al mismo tiempo orilla y mundo. El lenguaje es la orilla entre dos mundos.

Lo manifiesto oculta, y lo latente existe detrás de lo manifiesto. El hablar es decir entre líneas. Al leer la Toráh o cualquier libro sagrado hay que mirar más allá de lo literal. La kabaláh
plantea cuatro mundos que se corresponden a las cuatro letras de la palabra pardés (“huerto”).
Se puede ir así desde lo literal al sod (“secreto”) de las cosas. Por eso el cabalista recomienda contar hasta diez antes de hablar.

Al pronunciar una palabra, no se evoca sólo lo que la palabra significa si no toda la esencia, energía y fuerza y que trae dicha palabra.

En todo hay un mensaje a develar. Es deber del cabalista aprender a decodificar ese mensaje.

Además, la palabra enunciada tiene otra fuerza a la palabra escrita. La segunda tiene la ventaja de perdurar en el tiempo pero, por lo mismo, tiene tal vez menor vibración, es más estática.
En cambio, la palabra hablada, no dura. Es aquí y ahora; y por eso mismo, tiene otro poder. En los círculos cabalísticos se acostumbra nombrar primero a Dios. Enunciar su presencia. Después el propio nombre y, más tarde el nombre de una persona a quien enviarle una bendición. El nombre tiene la característica de hacer presente lo ausente. Al nombrarnos a nosotros mismos, nos llamamos al estado meditativo.

Además, la palabra enunciada debe ser “respirada”. “Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente”[7]. El aire es entonces canal de vida. Cuando los apóstoles se ocultaron con miedo en
el día de Pentecostés, se abrieron las ventanas y entró una ráfaga de viento que los sacudió y, recién entonces, se prendieron las llamas en sus cabezas.

El aire es vida. Por eso la palabra deber ser pronunciada, hay que llenarla de aire, de vida para que tome fuerza. De ahí que en la meditación se use la palabra. Al pronunciarla se consiguen dos cosas: usar el aire, canal de vida y poner en ejecución el Alef Bet, secreto código
usado para la creación del mundo. Si además, se aprende a escalar en el Árbol de la Vida, la comunicación con Dios será inmediata y, así mismo, la compresión de la creación.

La revolución semántica

Vimos entonces, como el mundo está codificado a partir de la palabra, como somos presos y/o beneficiarios de ella. En 1964, Marcuse, un sociólogo alemán, escribió un libro llamado El hombre unidimensional donde plantea la idea de que la revolución debe venir del lenguaje. Dice que hemos caído presos del lenguaje que nosotros mismo construimos porque el sistema lo ha tornado en contra nuestra. Entonces, contradice el dicho popular y sentencia: al pan, “no-pan” y al vino, “no-vino”.Utiliza esta idea para referirse a una revolución social. Su objetivo es descubrir qué está oculto detrás de ese nombre, de esa palabra. De todos modos, resulta
interesarte trasladar a la idea de la kabaláh y la posibilidad que presenta si se descubre el entramado secreto que esconde un mensaje a través de la lengua.

Asimismo, Sigmund Freud había hablado de que la mente del ser humano estaba dividida en una parte consciente y otra inconsciente; y que por más esfuerzo que hiciera el sector de la consciencia, las pulsiones y deseos profundos y verdaderos del sujeto emergerán siempre. Quien sepa leer entre líneas el discurso de lo consciente, descubrir á la latencia inconsciente.

También Nietzche ha dicho que fuimos engañados por el idioma Aristótelico, que hemos caído en la trampa de que todo debe estar incluido dentro de algo y que eso limita nuestra capacidad de percepci ón y de meditación acerca del mundo.


t Tav: final

Todavía queda pendiente profundizar las ideas aquí planteadas. Al releer el trabajo siento que no ha llegado a ser más que una exposición de ideas y posibles relaciones entre distintos
términos.

Recapitulando, hay en el mundo un mensaje secreto. Como el mundo fue creado a través de la palabra, es la palabra la que va a enseñarnos a desentrañarlo. Y, sobre todas las cosas, es
la palabra la que nos permitirá participar de la Creación. Si en el Árbol de la Vida hay 22 caminos consonánticos y 10 estados de consciencia numero-cardinales, allí están presentes todas las combinaciones posibles para la Creación y la comunicación con Dios.

Amén.

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[1] Génesis 1, 3-10

[2] Génesis 2, 19

[3] Quiere también decir “razonamiento”, “pensamiento”, “reflexión”, “argumento”, “causa”, “razón de las cosas ”.

[4] Éxodo 3, 13-14

[5] El término crear se corresponde al término nombrar, como ya se explic ó anteriormente

[6] Zohar I, 3a

[7] Génesis 2, 7

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